lunes, 15 de agosto de 2016

Ginóbili y Velasco ponen en ridículo.... Clarin.com

Ginóbili y Velasco ponen en ridículo al futbolero argentino promedio

Opinión
El discurso autocrítico del entrenador de la Selección de vóleibol y de la estrella del básquetbol nacional, un ejemplo a tomar en otros ámbitos.

Desde que en el siglo 16 Nicolás Maquiavelo expuso en El Príncipe que en política hay que ser despiadadamente pragmático para alcanzar el éxito (haya dicho o no que "el fin justifica los medios", frase que siempre se le atribuyó pero parece que en forma errónea), se sabe que el exitismo no es industria argentina, sino que es más antiguo y aquí llegó importado.
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Sin embargo, en el deporte de este país hay un culto por el "ganar como sea", "matar o morir", "dejar la piel en la cancha" o que "el segundo es el primero de los perdedores", que ubica a los argentinos entre los abanderados de los que fracasan buscando el éxito sólo detrás de las victorias.
Campeón antes de empezar a jugar, favorito sólo por el hecho de tener al mejor del mundo de tu lado sin una estructura que lo sostenga, incapaz de tolerar el festejo ajeno pero vanguardista en el momento de cargar al anfitrión en su propia casa ("Brasil, decime qué se siente...) y sólo abierto a ponderar una medalla porque, en un Juego Olímpico, es el podio o el cadalso.
Esa es la descripción del argentino promedio.
Julio Velasco se colgó 14 medallas de oro en su carrera. Ganó dos Copas del Mundo, tres Europeos, dos Asiáticos, seis Ligas Mundiales y un Panamericano. La panacea de los resultadistas, quienes sin embargo deben soportar que el propio entrenador de la Selección de vóleibol tenga la desfachatez de cuestionar las consecuencias de una victoria.
"En el ambiente había demasiada euforia, como si hubiéramos ganado algo, y lo único que hicimos fue ganar dos partidos. Le ganamos a Rusia pero es un partido, todavía no pasamos a cuartos. Si nos cambian el rol y nos ponen en el lugar de ganarles a todos, es muy complicado. Es una hazaña ganarles a estos equipos", analizó Velasco después de perder ante Polonia. 
Una declaración de principios que debe generarle náuseas a ese hincha argentino promedio que cada domingo no sólo se sube a las canciones de las barras bravas, sino que llega hasta a camuflarse detrás de ellos para disimular su propia descarga de violencia.
Y siguió Velasco con su análisis catedrático de la derrota frente a los polacos: "Nosotros perdimos lucidez, debemos preguntarnos por qué la perdimos, no era un problema motivacional. No bloqueábamos donde teníamos que hacerlo, no estábamos donde teníamos que estar. Hay que tener en claro lo que hay que hacer en cada momento".
Tanto que se habla y escribe sobre su crisis, el fútbol argentino debería aprovechar a Velasco. Su sabiduría, su experiencia. Hay un tal Pep Guardiola que puede dar fe de lo provechoso de los consejos que le dio este platense de 64 años, que por primera vez está dirigiendo el seleccionado de su país (había sido asistente del coreano Young Wan Song en los 80) tras haberse llenado de oros como un argentino que convirtió al vóleibol de Italia en potencia. Por ello mismo, Lazio e Inter lo sumaron en su momento a su escuadra como manager para el fútbol.
"Guardiola me consultó sobre el tema de cambiar después de ganar. Me dijo 'Vi que cambiaste luego de ganar con Italia en vóleibol'. Charlamos justamente sobre eso: cambiar luego de ganar", contó poco tiempo atrás Velasco sobre aquella charla con Pep. 
"Cambiar después de ganar" en el país de "equipo que gana no se toca". Velasco, un desubicado.
Emanuel Ginóbili logró lo que difícilmente pueda conseguir algún argentino: cuatro anillos de campeón de la NBA, el primer jugador en ganar un título en la Euroliga y uno en el poderoso campeonato estadounidense, tránsito asegurado hacia el Salón de la Fama y mantenerse competitivo a los 39 años, tanto para San Antonio Spurs (le renovó por dos temporadas más) y en su Selección.
Además, Manu integra un grupo de deportistas que no sólo le dio cuerpo y forma al mejor equipo del deporte argentino en toda su historia, sino que además se comprometió con un proceso de cambios al ver que la dirigencia estaba vaciando la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB), con Luis Scola como abanderado (otra vez) de un reclamo que derivó en un profundo proceso de cambios.
Una senda que en cambio los futbolistas eligieron no transitar al ver cómo se desmoronaba la Asociación del Fútbol Argentino. "Son decisiones", diría un director técnico.
La Selección de básquetbol, que pide a gritos que deje de hablarse de la Generación Dorada porque apenas quedan las últimas llamas de aquel equipo brillante que conquistó el Oro en Atenas 2004, había empezado con dos victorias su camino olímpico en Río, ante Nigeria y Croacia. Lituania, el jueves, le estableció un freno, en un ambiente eufórico, lleno de argentinos en la Arena Carioca 1.
Los lituanos, subcampeones europeos, jugaron al básquetbol cuando se vieron en apremios ante una posible remontada argentina en el último cuarto, que llegaba más producto de la voluntad que del concepto. Justamente, este último, el valor que tuvo siempre este equipo para suplir el déficit de centímetros que históricamente sufrió frente a las grandes potencias a las que puso de rodillas. A todas.
"Defensivamente estuvimos muy bien, pero ellos fueron más lúcidos y sacaron ventaja porque jugaron siempre igual. Nosotros nos enloquecimos en nuestro afán de ganarlo con coraje. Eso pasa siempre en nuestro país: pensamos que todo se gana con huevos. No: se gana jugando bien. Y después tenés que sumarle huevos. Creímos que podíamos ganar empujando y hay que jugar bien", aportó Manu.
"Se gana jugando bien" en el país de "hay que poner un poquito más de huevos". Ginóbili, otro desubicado.
El fútbol es el motor emocional de los argentinos. Y para ordenar la AFA, tal vez haya que sumar la opinión de los Ginóbili, de los Velasco... Como lo hizo Guardiola, el técnico sacapuntos por excelencia.
Sucede que ambos, Velasco, Ginóbili, hablaron de lucidez, un valor carente en un país que sigue ponderando la opinión de viejas glorias, a las que da pena escuchar, en vez de rescatar el legado que dejaron en una cancha.